Él, sentado al final del tejado, mira sin ver como su ciudad interior es ahogada por el agua.
Distraído con el fluir de sus pensamientos, envidia a unos y maldice a otros. Y exhala, suspira... Pues él, que se creía ajeno a las emociones, él, la fría serpiente, se ha encariñado...
Nunca había pasado por ello, creía que las emociones nunca se habían hecho un hueco en él, porque no era humano, pero se equivocaba, y ahora sufre. Sufre, pues la destinataria de sus pensamientos se le asemeja inalcanzable. Ella, tan perfecta, como robada de sus sueños, es el reflejo de todo lo que desea y de todo lo que alguna vez ha buscado.
Sufre pues teme estarse aferrando a la falsa idea de ella, que en sus sueños puede haber ido alimentando.
Sufre porque no sabe cómo tratarla.
Sufre porque piensa que cada uno de sus movimientos le hacen perder su interés en él.
Si hace falta se batirá en un duelo a muerte con Destino, si eso le da una mínima oportunidad.
Sufre... y sufre desde hace ya tiempo. Tiempo atrás, cuando la conoció, únicamente se maravillaba de su infinita belleza. Más tarde creyó que se trataba de un capricho.
Por fortuna no todo en él es dolor, pues ha hallado placer en el sufrimiento, el placer de sentir nuevas emociones. Y así, mientras sus pensamientos discurren hacia otro más luminosos, se percata de que la lluvia ha ido disminuyendo hasta extinguirse, pero todavía no hay sol, pues nunca amanece en su ciudad interior.
Se levanta y extiende sus negras alas, pues en este mundo, su mundo, puede cambiar su aspecto y mostrarse como verdaderamente es. Así que alza su cabeza, cierra los ojos, y de nuevo comienza a llover. Adora la lluvia, lo acompaña, siente que lo purifica, y se adapta a su cambiante estado de ánimo. Dedica una mirada al bello paisaje que es su oscura ciudad y luego salta.
Y volando se pierde en la inmensidad de la noche, con su nombre todavía sonando en su cabeza, mientras le dedica un último pensamiento, "te deseo", piensa, mientras deja que su cuerpo y sus instintos tomen el control.
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